Sin Cristo esposo

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Por Juan Sánchez Trujillo

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:

Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba.

Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al que lo había invitado: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos. Lucas 14, 1. 7-14

- No puede imaginarse, Sr. Cura, lo bien que resultó todo: la ceremonia religiosa, el banquete nupcial, los novios, los invitados... ¡Todo, todo estuvo lucidísimo! El altar era lo que se dice un bosque de orquídeas y jacintos. La trompetería del órgano monacal interpretó magistralmente la Marcha Nupcial de Mendelssohn. La homilía del celebrante fue una pieza antológica de auténtico placer espiritual. Los asistentes eran prácticamente toda la crema de la ciudad, con unos trajes y tocados de verdadero desfile de modelos…

¿Y los salones del hotel donde celebramos el banquete ¡Qué de lámparas de cristal de roca ! ¡Qué libreas las que lucieron exclusivamente para este acto los camareros! ¡Qué linda la porcelana chinesca en que se sirvió el menú...!

En fin, ¿para qué seguir contándole? De verdad, Sr. Cura, que sentí mucho el que no nos acompañara. Su presencia hubiera sido para todos nosotros una verdadera distinción y honor.

- ¿Mi presencia, señora, mi presencia? Mi presencia hubiera sido un pecado. O un anatema para todos. O un berrido de denuncia profética. O un aguafiestas imperdonable. Mi presencia, señora, hubiera reproducido la escena del Templo de Jerusalén cuando Jesús irrumpió en él destrozándolo todo.

Hubiera traído conmigo a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, para que nos hicieran a todos el favor y la gracia de bendecir con su presencia la sacrílega ceremonia nupcial que tan paganamente acaba de describirme. Sólo ellos merecen los primeros puestos. Sólo ellos serán el mejor regalo, las mejores joyas, la mejor recompensa que podemos pedir para nuestras experiencias y ceremonias de amor. Sólo ellos son la auténtica solemnidad que da empaque evangélico y densidad afectiva a nuestras fiestas de corazón y glamour.

Por eso, señora, cuando confeccione la lista de los invitados importantes, no lo haga según las conveniencias mundanas. Abra la puerta a los despreciados y excluidos, a aquellos que no están a la “altura” de nuestro rango social. Rodéese de tan “mala compañía”... Porque sólo así se sentará Jesús a la mesa, presidiendo los banquetes nupciales de sus hijos.

Con tales antecedentes, no me extrañaría que los flamantes esposos que cruzan en crucero los mares del sur, más pronto que tarde soliciten y celebren, con la cacareada honorabilidad de lo políticamente correcto, un “divorcio-exprés” que ponga colofón a un tal vez nulo enlace matrimonial. 

Con-descendencia cristiana
Por Juan Sánchez Trujillo

Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola:

Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» Lucas 14, 1. 7-14

No es a nosotros sino a Dios, a quien en definitiva compete asignarnos el lugar adecuado y merecido. Ni siquiera en las manos de Cristo está el conceder a Juan y a Santiago los primeros puestos que ellos pretenden en el Reino de Dios. Lo que sí sería pecado de lesa Iglesia, pecado “contra naturam” eclesial, es no dar a los pobres el lugar preferencial y concederlo, en cambio, al que, como dice Santiago, “va bien vestido y hasta con anillos en los dedos”. 

Eso sí : hacer oposiciones al ínfimo lugar para convertirse en siervo de siervos es, en cristiano, ascender meteóricamente y hacer carrera del mejor calibre. Porque es del gusto de dios “levantar del estiércol al pobre y sentarlo con los príncipes de la tierra”. Algo parecido a lo que les ocurre a la buena madre y al buen padre que, por ser esclavos de todos sus hijos, se convierten merecidamente en los señores de la casa.

Y es que por ahí debe caminar todo intento de comunidad eclesial, todo proyecto de convivencia evangélica, toda celebración de la asamblea del Señor. Sólo en la medida en que la comunidad creyente elija los últimos puestos y los pobres sean los primeros invitados, en esa proporción tendrá Cristo un puesto destacado en el corazón de los creyentes. 

Esto, naturalmente, resulta a contrapelo y paradójico, porque es en hábitos de competividad y zancadillas, de precedencias y escalafones , de inhibición e insolidaridad, en lo que estamos mayoritariamente educados e instalados los hombres de la sociedad presente. Y es también en lo más hondo de nuestro ser humano, donde todo hombre tiene instalado un trono para sí, y desde donde dopados tomamos carrerilla de cara al acoso y al asalto del estrellato social.

Considerar, pues, a los demás más que a uno mismo, no considerar impuros y marginales a cuantos normalmente marginamos de nuestro afecto efectivo, convertir a los más desasistidos en el objetivo de nuestras ocupaciones y preocupaciones... es el principio, el medio y el fin más adecuados en la Iglesia para no perder el lugar que graciosamente Cristo le asignó en este mundo. Sólo sirviendo como sierva a los demás y siendo los débiles su gran “debilidad”, merecerá del Anfitrión universal escuchar ruborizada: Amiga, sube más alto. Y sólo entonces la Iglesia subirá en cotas de aceptación y credibilidad, quedando muy bien ante todos los comensales del mundo. Y todo, porque con valentía dio testimonio de Cristo resucitado que vino no para ser servido sino para servir y que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecer a todos. 


Lo importante está en servir
Por Miguel Esparza Fernández

"Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos lo estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto primero, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto... Y dijo al que lo había invitado: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a tus vecinos ricos... invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos" (Lc 14,1.7-14)

Todo es lucha en nuestro ambiente. Todo es enfrentamiento. Todo es deseo de ascenso. Todo es querer alcanzar el primer puesto... 

No exagero. Ahí está la liga de fútbol. Ahí está el pique entre vecinos y conocidos. Ahí está el sistema de ascenso y de oposiciones... 

Y a todos nos afecta. Hasta en esos ámbitos que parecen no implicarnos personalmente. ¡Qué disgustos se llevan algunos cuando no gana "su" equipo! ¡Qué tristeza nos causa ver que el primo, el vecino... van aunque sólo sea más elegantes que nosotros o que los nuestros! ¡Qué fracaso si alguien consigue escalar puestos socialmente más importantes que el nuestro! 

Y ahí entra en juego nuestro esfuerzo ciego, sin límites, sin descanso... por igualarnos con los demás, y, si puede ser, por superarlos. No miramos el dinero, ni el esfuerzo, ni los medios... todo sirve para no quedar detrás. 

Jesús nos previene hoy contra este modo de proceder. Para Él, todo consiste en ser lo que cada uno es. Todos seremos distintos. Pero ninguno más ni menos que los otros. Es así de sencillo. Porque cada uno de nosotros y el papel que desempeñamos en medio de la sociedad, siendo distinto, es igualmente necesario e importante. ¿O es que necesitamos más al médico que al bombero? ¿O es que resulta más importante el maestro que el barrendero? ¿O es que podemos prescindir del camionero y no del enfermero? ¿O es que el alcalde es más digno que el comerciante? Claro, si lo medimos por euros conseguidos mensualmente, algunas de estas funciones nos parecerán más importantes que otras. Pero, si las consideramos en su importancia para el servicio a los otros, todas serán necesarias e igualmente importantes. Esa es la clave. 

Es necesario, por tanto, descubrirnos cada uno en lo que realmente somos y valemos. Y estar conformes y a gusto con lo que somos y valemos. Y, desde ahí, insertarnos como miembros útiles y necesarios para la sociedad. Que cada uno ocupamos una función que no puede faltar y que está favoreciendo a muchos. Incluso la función de cada uno a la función de los demás. ¿Qué haría un médico si no hubiera zapateros? ¿Qué haría un maestro si no hubiera empleados de artes gráficas? ¿Qué haría un bombero si no hubiera panaderos? 

No vale, pues, empeñarse en alcanzar lo que consideramos más importante. Tenemos que servir a los demás desde lo que somos y valemos. Sólo así nosotros y la sociedad entera funcionaremos de manera armónica y enriquecedora para todos. 


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